La percepción que tenemos de los demás y el valor con que los ubicamos en esa percepción depende no sólo de nuestro carácter o formación, sino también de nuestro entorno sociocultural. Vivimos en una sociedad que fomenta, a través principalmente de la educación, un sistema jerárquico de valores basado “en evitar el error” (o lo que consensuadamente se entiende como tal). Con justificado éxito, figuras como Sir Ken Robinson nos lo vienen recordando hace tiempo (http://www.youtube.com/watch?v=zuRTEY7xdQs) advirtiendo cómo las artes se ubican en el sector inferior de la pirámide educativa, mientras que las matemáticas y el lenguaje se sitúan en la parte superior. No quiero hablar hoy de esto (ya que Robinson lo hace mejor que yo y con más autoridad) sino de un aspecto que aparece en los ejemplos que tanto él como otros pensadores de la modernidad utilizan en sus libros y conferencias. Me refiero a los casos de personas que llegaron a realizarse como grandes profesionales (en la música, la danza...) y no fueron detectadas con éxito en su niñez o lo fueron oportunamente pero contra la tendencia a impedirlo que presentaban sus contextos. Alguien que andaba con los pies y llegó a ser un atleta legendario, alguien que parecía hiperactivo pero realmente era una gran bailarina en potencia... Son ejemplos elocuentes, impactantes que ciertamente resultan convincentes pero sólo representan un porcentaje pequeño y se escudan, a mi humilde entender, en un servicial y engañoso glamour para justificarse. Hablamos sólo del gran músico, del que acabó siendo multimillonario, y caemos en el error de la portada de revista, de la apariencia, del éxito como sanción de toda culpa, como ejemplo que sin querer nos sigue insertando en una escala de valores que tasa al sujeto por lo que dice ser, por lo que dicen que es.
¿No sería igual de convincente hablar de aquel otro sujeto que también parecía hiperactivo de pequeño y a quien también le observaron dotes para la danza, pero que no llegó a ser primera figura del Royal Ballet sino "simplemente" un buen bailarín, un buen profesional en su trabajo? Imagino que como ejemplo para una conferencia no lo sería, pero quizás cambiaría nuestro punto de vista si pensáramos en él como ser humano, inmerso en una vida real y normal, más allá de una función ejemplificante, sólo apreciado por su valor existencial o, si me apuran, funcional, en relación a la sociedad con la que interactua. Por otra parte, su valor representativo sería más notable, ya que correspondería a un porcentaje mayor que el de la “estrella”, el “triunfador”, que se utiliza habitualmente como ejemplo.
Parece que, al menos en el arte, o eres un genio, un verdadero número uno, o eres un fracasado. No existe término medio. No se contempla la figura del “profesional” como ocurre en otros ámbitos. Un buen arquitecto, un buen ingeniero, un buen médico... ("bueno" en el sentido de saber hacer su trabajo y de realizarlo con compromiso ético y con ilusión vocacional) son imágenes que nos resultan cercanas y reales, normales. En cambio en el arte, y en la música especialmente, caemos presos del efecto agresivo que esparce la figura del genio a su alrededor (y que tan genialmente plasmó Thomas Bernhard en su pieza “El malogrado”).
No podemos olvidar que un "buen profesional" cumple una función vital, trascendente en el organigrama social y cultural de un grupo. Un buen médico de cabecera es indispensable, así como un buen especialista, sin necesidad de que ambos sean cirujanos históricos o premios Nobel. Un buen ingeniero o arquitecto cumplen su trabajo y permiten que se creen puentes, se construyan edificios, sin necesidad de ser Le Corbusier para evitar sentirse un don nadie a ojos del vecino. Es cierto que en los últimos años, con el fenómeno de los arquitectos estrella (que no es si no una rama más del virus del estrellato, de la agudización del resultado puntual como elemento visible y únicamente valorable en una profesión) han estirado la balanza para el lado polarizado en el que se encuentran estancadas otras artes. El poder y alcance de los medios de comunicación, la necesidad de noticias impactantes, de personajes célebres, de mitos en lugar de personas accesibles, parece extenderse hacia todos los campos de la realización humana, sea esta física, intelectual o artística. Signo sin duda de crisis de valores, de crisis de identidades y sin duda, de necesidad de generar crisis en un gran sector de la población que ni la tenía, ni la necesitaba ni la conocía. A veces como pretexto de democratización, otras, y en el fondo, como medio para mover intereses económicos.
Es fundamental repensar la idea que tenemos del profesional y aceptar, valorándolo, su papel en la sociedad y en las diversas situaciones que componen la existencia humana. Un profesor de grado elemental de piano es un profesional con un perfil definido que realiza un labor importantísima, maravillosa. No es aquel que, como no pudo hacer carrera de concertista o, como no sacó las oposiciones de superior, debe resignarse a enseñar a los niños a tocar cancioncillas. No debemos permitir que esta sociedad polarizada, tan a menudo banal y fanática, alimentada por la más o menos intencionada acción del devenir social (la moda que mueve a políticos, a la cultura, a la creatividad y la innovación) despoje de su valor a la figura del profesional y a su labor
Para lograrlo es necesario que el profesional se sienta valorado en su trabajo (por las instituciones y administraciones primero, por la sociedad después)
Es necesario que se sienta activo: a través de grupos de trabajo en los que comparta sus dudas, sus problemas, sus logros... con sus compañeros. Pero también a través de programas de formación (subvencionados o no, o subvencionados en parte) como estímulo para sentirse “vivo”.
Hoy más que nunca es necesario revisar nuestros valores, las relaciones con las personas que forman nuestro entorno y, sin despreciar el valor incuestionable de quien logra altas cotas en su carrera, estimular y apreciar al profesional que en su campo, más o menos cerrado, definido, realiza una misión trascendental, no exenta de compromiso ante el rigor, la calidad y la creatividad; tanto como para que nosotros lo tengamos siempre presente, y también el señor Robinson.
Excelente reflexión, interesante y muy bien expuesta.
ResponderEliminar... ¡¡brindo por el talento y la hermosura de los que enseñan a los niños a tocar cancioncillas, tan lindas!!
ResponderEliminarcomo siempre tus reflexiones las encuentro valiosas,interesantes y muy justas!!!Gracias por compartir!
ResponderEliminarSandra Fonte
gracias por esta reflexión. Confieso que igual mis ideas con la música eran de todo o nada, o eres chingón o no eres mas que un musiquillo frustrado. Esta reflexión abrió un panorama más a considerar en mi crecimiento tanto musical como profesional.
ResponderEliminar