sábado, 8 de enero de 2011

La labor del pedagogo

Siempre me he preguntado por qué algunas personas dedican su vida a la enseñanza. Ciertamente es una labor dura, a menudo ingrata y agridulce, de responsabilidad inabarcable... Requiere entrega y vocación, pero también una gran capacidad de percepción para asimilar lo que ocurre alrededor y no dejar a la intuición el peso único de la actitud. Querer y saber enseñar. Comunicación, humildad, servicio, sí, y experiencia, formación, conocimiento...

Cuando realizo cursos de formación de profesorado siempre hago esta pregunta: "Seguro que todos ustedes podrían responder a la pregunta de quien les enseñó a tocar el piano. Pero quién podría responder a la pregunta de quién les enseñó a enseñar? Seguramente muy pocos... y en caso afirmativo, ¿a enseñar a quien, para qué, a enseñar qué y cómo hacerlo...?" ¿A quién enseñamos?¿Qué nos revela el perfil psicológico del alumno, sus inquietudes e ilusiones, sus condicionantes físicos o ambientales...? Y después... ¿le enseñamos para conocer la música, para convertirlo en un profesional de la interpretación, en un aficionado? No es tan fácil, verdad? En cualquiera de los casos, ¿qué debe aprender para alcanzar uno u otro objetivo y cómo se lo enseñaremos...? No todo el mundo puede o quiere ser "solista" y no porque la situación del mercado actual así lo condicione, sino porque la propia conformación psicológica y fisiológica del individuo así lo dictan. Y esa constitución del alumno debe ser la medida de todo el proceso de enseñanza-aprendizaje: la metodología es sólo un instrumento que debe adecuarse para dar sentido y efectividad al hecho de saber a quien enseñemos, para qué le formamos, qué le enseñamos y cómo lo hacemos.

Estos cuatro aspectos son de vital importancia y van unidos al de por qué enseño y cuál es mi labor como pedagogo. Preguntas similares se hacía ya en la década de los sesenta el gran musicólogo y pedagogo G. M. Kogan y aunque han cambiado las circunstancias y las prioridades sociales, no lo han el hecho el valor de estos planteamientos.
Un proceso de evaluación debería combinar estos cuatro puntos integrándolos con la evaluación del profesor, del alumno y del centro, así como del sistema educativo en general, como marco último que acoge todo el proceso. No obstante, evaluar a un alumno o a un futuro alumno es complicado. Se necesita tiempo y diversidad tanto para las actividades de evaluación como en las situaciones en las que estas se llevan acabo. Las pruebas de acceso a grado superior son un buen ejemplo de evaluación aproximada y, en algunos casos, inexacta. Personas con gran potencial quedan excluidos en favor de otros a quienes beneficiaron la casualidad o las circunstancias. Una prueba puntual de 20 minutos, más un análisis y un dictado no revelan completamente las cualidades y, sobre todo, el potencial de un estudiante de grado superior. Posiblemente, si observáramos otros procesos similares advertiríamos que cuanto más temprana es la edad más difícil se presenta la evaluación y por tanto, más complejo resulta estructurar un proceso de selección como el que acontece en unas pruebas de acceso. Enfocarlo en forma de concurso (es decir, como se hace ahora) focaliza la atención en lo que el candidato es capaz de (de)mostrar en un momento preciso y prioriza fiabilidad ante aptitudes. No debemos confundir un concurso, pensado para detectar y favorecer valores interpretativos y desarrollos profesionales, con la prueba de acceso, que debe detectar valores académicos y favorecer desarrollos formativos.

Un buena solución quizás sería crear un curso inicial o preparatorio al que se accediera según la nota obtenida en el grado anterior. El alumno estaría un año "bajo observación" para comprobar su capacidad de aprendizaje, su motivación, su rendimiento... Y sólo al final de ese año podría plantearse unas pruebas de selección final en las que también se tendrían en cuenta los parámetros antes mencionados. Esto proporcionaría un sistema de evaluación más fiable y consecuente, más sensible con el individuo, con lo que significa para él la música, y menos con el sistema y sus burocráticos procedimientos siempre condicionados por ideologías políticas y presiones económicas.

Una vez más la reflexión nos espera atenta detrás de cada aspecto que nos planteemos mejorar. Y la labor de un pedagogo, por su trascendencia en el desarrollo personal del alumno y por su incidencia en la sociedad es obligado lugar para la reflexión.