martes, 12 de julio de 2016

Sobre la inconsciencia

Cuanto más frecuento las redes sociales más me invade la sensación de que vivimos inmersos en una confusión constante. Como las gotas de agua que golpean nuestro rostro en la tormenta, así nos azotan las tendencias, las noticias, las opiniones… Poco importa si lo que vemos es real o tan sólo es el reflejo de lo que nos gustaría (o no) ver. La tormenta no cesa y seguimos avanzando con paso intermitente, acumulando intenciones que a veces no pasan de ser meras tentativas. Hay quien suple su confusión con la inconsciencia, baluarte tibio aunque seguro para la felicidad. Se reafirma en el “pues yo lo veo así” y evita confrontar aquello en lo que cree, con lo que en realidad podría ser. Las cosas no pasan sino según yo las percibo, pues me siento al fin y al cabo su protagonista y por ello, esgrimo mi derecho a pronunciarme sobre ellas. No importa si entiendo lo que me acontece. Lo que vale es la opinión, y no el criterio. Todo lo que no concuerda, ese cuarto de tono descendente que alerta a mi intuición y mi consciencia, se evita de inmediato y se envía al ostracismo. La tormenta arrecia, me confunde, pero si tropiezo, la culpa siempre será del otro.

Quizá podría detenerme, buscar un soportal, un tímido refugio donde recobrar aliento y orientación. Pero siempre hay algo que parece impedírnoslo, que nos impulsa hacia adelante, con los ojos entornados, arrastrando nuestros pasos hasta el siguiente escollo. Ni siquiera la música parece ya un lugar seguro, ataviada de ornamentos y falsas luces que presumen socorrernos. Reducto de la magia que alienta por igual lo inexplicable y el sentimiento de certeza (tan necesario para ubicarnos y encontrar sentido a lo que quizá nunca lo tuvo), nos habla hoy a voces de lo atractiva que aparenta su superficie, y nos convida a olvidar la belleza que atesora en sus profundidades. Sólo la literatura, en parte, nos ofrece consuelo. Nos sirve sobre mantel de lino ese discurso que no precisa de opinión, que regala respuestas con que abatir frágiles preguntas, que nos espolea a buscar otras en su lugar, más audaces, más necesarias. Leer nos permite sentir que no estamos solos en esta tormenta que otros ya vivieron y en la que algunos, tuvieron el acierto o la fortuna de encontrar caminos firmes.

Dejemos pues que las hojas de los libros se conviertan en paraguas, que las palabras atraigan con su fuerza a nuestra brújula cansada, alivien nuestros párpados y afinen, así, el destino que acoja finalmente nuestros pasos.