lunes, 15 de febrero de 2010

La mediocridad como referente insípido

Podemos escuchar o asistir a una interpretación espeluznante o genial. Ambas despertarán en nosotros una respuesta activa, una reacción sólida que puede ir desde la crítica hasta la alabanza, desde el aplauso enfervorizado al leve roce de las manos, indignado y pianísimo. Ambas motivarán que al llegar a casa nos pongamos a estudiar, a reflexionar sobre lo escuchado, a que nos valoremos más de lo que creíamos o veamos como imposible el poder tocar de esa manera tan sublime. Pero sea cual sea la reacción que provoquen no importa, lo importante es que esta se produce y es contundente, desencadena acciones, pellizca sentimientos y se vuelve, de ese modo, altamente productiva.

En cambio, tras una interpretación mediocre, ni buena ni mala, ni excelente ni pésima... el efecto es tremendamente negativo y perjudicial. Se experimenta una sensación como de estar bajo los efectos de un somnífero. No nos provoca reacción alguna ni de oposición ni de afirmación, ni de crítica ni de alabanza. Nos deja indiferentes y, en la mayoría de los casos, nos arrebata el entusiasmo y las ganas de estudiar, nos elimina, como si de un diazepan se tratase, cualquier capacidad de iniciativa convulsiva. Es como si tuviera un efecto inutilizante, paralizador como los dardos con que cazan a las fieras.

Ese mismo efecto se desencadena a veces al estudiar en un contexto apacible, donde lo que nos rodea es plácido y jugoso, sin drama ni riesgo, sin victoria o sin derrota. La creatividad se congela y se acurruca en la templada atmósfera correcta, mediocre, satisfecha de su paladeo vacuno y dulzón. Consecuencias similares se producen ante la lectura de algunos libros, la contemplación de lienzos o, incluso, la relación con ciertos humanos...

Eviten pues las interpretaciones mediocres o conservadoras, o simplemente correctas. Si perciben que lo que escuchan es insípido, que bien pero que bueno... Salgan corriendo de la sala, apaguen con decisión su reproductor y vayan a guarecerse del peligro de esta amenaza, cada día más pandémica. Adminístrense una dosis preventiva de Glenn Gould o Cañita Brava, y dejen que su efecto les devuelva el verdor a sus brotes de creatividad...

Recuerden: frecuenten lo genial o lo horrendo, experimenten con ello, aplíquenlo sin reparos a sus interpretaciones, sus escritos o sus cantos... búsquenlo sin descanso y evitarán la somnolencia inconsciente con que nos subyuga lo vanal.

4 comentarios:

  1. Interesante reflexión. Me la quedo. ;-)

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  2. Esta mediocridad de la que hablas prolifera cada vez más en esta relación tan aséptica y políticamente correcta que tenemos ahora con la música. ¿Dónde están esos desmayos femeninos ante los fraseos de un gran virtuoso(aunque a veces fuera por lo apretado del corsé), dónde esos abucheos a lo que nos desagradaba? No pretendo que se vuelva al lanzamiento de hortalizas, pero al menos a algo mejor que un público que parece, como un autómata, programado para aplaudir cuando el director baja la batuta o cuando nos despiertan de nuestros pensamientos los aplausos del de al lado. Muy buen artículo. Felicidades!

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  3. Rafa! Cuanta verdad hay en tus palabras... Genial artículo, un abrazo.

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