martes, 9 de febrero de 2010

Didáctica ¿de la interpretación o del instrumento?

Uno de los debates más acalorados que he estado escuchando en los últimos tiempos es el que pretende definir las competencias que debe poseer un profesor de piano. Y qué diferencias hay entre un profesor de instrumento y un profesor de interpretación, si es que las hay o debería haberlas. Algunos defienden que, mientras un perfil se centra en la “cocina” del instrumento como medio para alcanzar su conocimiento y control, el otro, en cambio, aborda cuestiones más generales, interpretativas o psicológicas. La música como camino hacia la técnica y no viceversa. Lo ideal sería que ambos perfiles coincidieran en una sola persona, que se combinaran las metodologías, y de alguna manera así sucede, aunque sólo en contadas ocasiones. Otras veces comprobamos que el primer perfil va asociado al pedagogo que no toca habitualmente en público pero reflexiona sobre cómo conseguir que el alumno llegue a ser capaz de dominar tales o cuales habilidades (bien como resultado de su curiosidad o de su formación, en la que tuvo él mismo que resolver no pocas deficiencias de base), y que el segundo, corresponde al del concertista que “da clases”. El célebre “guapo/a pero tonto/a” se revela lozano en nuestro ámbito bajo la apariencia de “toca mucho” pero “no sabe enseñar” o viceversa. Yo siempre respondo que hay dos combinaciones más que muchos olvidan precipitados, a saber, la de “toca mucho y sabe enseñar” y la más común y triste de “ni toca ni sabe enseñar”.

Pero pensemos un momento..., enseñar qué? El dominio de un instrumento para exprearse musicalm, artísticamente es un camino largo y complejo. Implica una gran cantidad de horas, de experiencia práctica, de concentración y de asimilación de conocimientos, de automatización de habilidades de cariz artesanal que deberían conducir hasta la maestría. El aprendizaje (o descubrimiento) de la interpretación, de entender el mensaje que encierra el discurso musical, requiere igualmente de años de vivencias, de educación auditiva, de creatividad y curiosidad, de formación específica no solamente referida a nuestro instrumento... Se hace difícil pensar en una única figura que abarque todo este proceso educativo tan largo y complejo. Es como imaginar médicos de medicina general como única manifestación profesional para abarcar la resolución de todo tipo de enfermedades, desde las que requieren intervención quirúrgica hasta las que precisan de una receta de paracetamol. La cosa parece complicarse... o no?

Es indudable que la didáctica del instrumento y sus “misterios” (Charles Rosen recuerda en su libro de culto para pianistas “El piano. Notas y vivencias” (Alianza, 2004) cómo le maravilló la primera vez que, siendo niño, vio a su profesor destacar una nota de entre las que componían un acorde) va unida a la de la interpretación. No podemos enseñar aquello que no /sabemos/ y, si me apuran, aquello que no hemos experimentado en primera persona. Podríamos así orientar, pero no “enseñar”, en el sentido estricto del término: -“Creo que a tal destino se puede ir tanto por aquí como por allí... así iba Ludvig von Tostonen o así lo indicaba Copín de la Barajen en su celebrado método (primera edición de 1827) Cómo no perderse en la mansalva..." frente a -“Tome usted la primera a la derecha, evite el primer cruce marcado por una señal que a primera vista no se advierte, gire a la izquierda con precaución porque hay un bache y la curva tiene truco...”, etc, etc. El primero induce al alumno a descubrir el camino por sí mismo, el segundo lo guía desde el conocimiento reiterado y, con frecuencia, no acostumbra a aceptar variantes o atajos.

También es cierto que los objetivos y prioridades de esta enseñanza dependen de la etapa en que se encuentra el alumno, de los diferentes enfoques metodológicos y, principalmente, de la persona a quien se enseña. La metodología debe adaptarse a las características y necesidades de quien la recibe. Eso es evidente tanto en etapas de formación temprana como en grados de los llamados superiores. Conforme se va creciendo y aprendiendo se presupone que los conocimientos sobre el funcionamiento del instrumento se adquieren y asimilan (pedal, control de la sonoridad, de la limpieza, la velocidad...) y que el profesor debe “perder” cada vez menos tiempo en trabajar lo que algunos llaman “técnica” a no ser para revelar algún truco o digitación milagrosa. Se yergue así el docente en director de una orquesta solitaria, compuesta por un único músico, alumno atento y temeroso de las indicaciones iniciáticas de su avezado maestro que le enseñará la correcta interpretación de Bach o, si estudia con ahínco, incluso de Beethoven! Y casi sin darnos cuenta, esa figura se extiende paulatina favoreciendo que el "concertista" sea el llamado a convertirse en el “buen” profesor y a enseñar en el centro superior prestigiosísimo; mientras, el resto de profesionales pasan a engrosar el crudo ejemplo de que cuanto peor tocas y/o menos sabes con mayor celeridad vas ocupando los huecos sobrantes, cada vez más iniciales, que conforman la pirámide educativa. Bromas aparte, no pretendo trivializar con aspectos como que el repertorio y su conocimiento exigen a un profesor de grado superior, encargado de formar intérpretes que deberán ganarse la vida con este elevado arte, tener una experiencia habitual en el concierto y una relación fluída con ese repertorio que enseña. Ya... ¿y el profesor de grado medio, ...y el de elemental? ¿Unos enseñan escalas y el pedal a contratiempo mientras otros lo sublime de la factura lisztiana? Entonces... qué diríamos de Stolyarski (profesor entre otros de Óistraj) de quien se dice que nunca tocó en público o de Reingbald (profesora de Gilels)...? Supongo que se puede argumentar que no es lo mismo, que estos casos son excepcionales y quizás tengáis razón... -Aunque para tener razón en algo sólo hay que intentar demostrarlo con empeño y tenacidad, hasta que los demás nos crean, más allá de la veracidad del argumento, no?

Bien, quizás, más que abrir un espacio para la polémica, deberíamos empezar por reivindicar y aceptar de una vez por todas que cada profesional es igual de importante sea cual sea la etapa formativa a la que se dedique. Es tan difícil ser un buen profesor de grado elemental como de grado superior. Y es necesario que ambos sientan la necesidad y la responsabilidad de ser “buenos” profesionales en su campo y de que se sientan igualmente valorados, respetados y remunerados por las instituciones, el ámbito académico y, en última instancia, por la sociedad. De esta forma sería posible plantearse el inicio de un diálogo, una colaboración transversal, imprescindible y necesaria, entre profesionales de los diferentes niveles y perfiles que componen la pirámide educativa. Un trabajo en equipo sin “mejores superiores” ni “peores inferiores” que contribuyera a una optimización progresiva en el funcionamiento del sistema. La didáctica del instrumento y la interpretación serían ese indisoluble concepto que son en realidad, adaptado a las necesidades del alumno, del repertorio y de la función que éste cumple en el proceso formativo de la persona (porque no olvidemos nunca que estamos hablando de personas y sus proyectos de vida). Y lo que es más importante, con dicha colaboración contribuiríamos a generar una formación de calidad para tantos cientos de jóvenes que creen en la música como una posibilidad de expresión, de realización personal y de futuro profesional.

También deberíamos plantearnos cómo conseguir provocar ese orgullo o sentido de la honestidad profesional en los docentes, así como la motivación necesaria para ver en su trabajo, se encuentre éste centrado en la etapa que sea, sea encaminado a formar profesionales o a conseguir de la música una alternativa lúdica, una tarea útil y efectiva. La formación continuada es una buena forma de mantener vivo el espíritu de superación y una conciencia propia exigente y estimulante. Bolonia nos habla del aprendizaje a lo largo de la vida y engloba no sólo la acumulación de experiencias directa o indirectamente relacionadas con nuestra profesión, sino la adquisición continua (y yo añadiría voluntaria) de conocimientos y habilidades. Este es el perfil que se dibuja como ideal para el futuro de la práctica pedagógica. Un profesional que invita a pensar, a experimentar, a evaluar, a crear, a utilizar nuevas tecnologías... y que predica con su ejemplo. Y yo me pregunto... ¿es posible un profesor así en la campo de la didáctica instrumental?

Es cierto que el modelo de docente creativo, motivador, que guía al estudiante por un camino de descubrimientos y logros conscientes se nos presenta preferible al del “maestro” origen del conocimiento, administrador de la verdad heredada e incuestionable. Pero debemos ir con cuidado para que el nuevo panorama educativo que presenta Bolonia no se traduzca en un “deshacerse” de responsabilidades por parte del centro y su personal docente. Cuando un candidato/a supera las pruebas para acceder a la opción de interpretación, el centro y el cuerpo docente aceptan una responsabilidad esencial en la formación de esa persona. La “pelota” como suele decirse, “está en nuestro tejado”. Le estamos diciendo al estudiante que reúne los conocimientos y el potencial necesario para, transcurridos cuatro años en nuestro centro cursando nuestro plan de estudios, convertirse en un profesional de la especialidad elegida. Es cierto que si el estudiante no aprovecha las oportunidades formativas que se le brindan, si no rinde y se esfuerza como debe, etc, etc, resulta muy difícil tachar como “error” el papel que ha jugado el centro. Pero si ese estudiante se ha esforzado, ha trabajado honestamente, y al final de sus estudios de grado no alcanza las competencias mínimas, la responsabilidad es en un elevado porcentaje de los educadores. Hay que preguntarse entonces por qué aquel a quien se dijo que poseía el potencial y talento necesarios al superar unas pruebas de acceso, tras cuatro años de acción tutorial, de medios económicos y humanos de primer nivel, no ha alcanzado la cualificación necesaria que lo hace profesionalmente competitivo en el mercado de la interpretación: especialidad para la que se ha preparado empleando cuatro (o más) de los mejores años de su vida. Alguien debería dar explicaciones de las causas y no conformarse, como sucede a veces, con relucir el éxito obtenido en el mercado por unos pocos licenciados para justificar “su” plan de estudios. Eso ya pasaba en el plan del 66, aquel cuyos defectos se supone hemos superado con planteamientos pedagógicos innovadores. Eso ha pasado y en épocas anteriores: por lleno de maleza que se encuentre el campo, siempre acaban floreciendo algunas flores. Sólo que esta situación se aleja mucho del concepto de “plantación” que tienen otros países y que Bolonia (que no olvidemos habla también de evaluación de centros y procesos, de competitividad, excelencia, y de resultados y competencias) nos está preparando.

En resumen, “enséñame a cantar” (como decía la canción) o a saber lo que canto, porqué y cómo lo hago... pero "enséñame", y no ocultemos bajo la contradicción y la vanidad las limitaciones que siguen lastrando nuestra pedagogía, del instrumento y de la interpretación.

3 comentarios:

  1. En un mundo ideal, los profesores de todos los niveles tendrían bien desarrolladas las habilidades técnicas e interpretativas y serían valorados por igual. En la realidad, profesores, como alumnos, los hay de todos los niveles. Y se supone que sólo aquellos que logran mayor excelencia con su instrumento, aquellos que tiene mayores habilidades interpretativas, se dedican a las enseñanzas "superiores". Pero esto tiene un problema: estamos dando por hecho que aquellos profesores con menos habilidades interpretativas sí que poseen habilidades técnicas que transmitir a los alumnos de elemental y medio. Y esto desencadena lo demás: el alumno llega a superior con los problemas técnicos más importantes de su instrumento sin resolver y el profesor de superior no está por la labor de "rebajarse" a ese nivel.

    En mi opinión, técnica e interpretación van de la mano siempre. Se pueden enseñar por separado, pero no se pueden aprender por separado: un profesor te puede decir esto se toca de esta manera, pero si no tienes las habilidades técnicas para hacerlo, no lo vas a aprender. De hecho, las mejores lecciones de interpretación que he recibido han sido por parte del director de la orquesta del conservatorio, pero una vez que la técnica instrumental estaba asentada.

    En mi instrumento, el clarinete, las deficiencias en la enseñanza elemental y media son quizás más patentes aún debido a que la base de nuestra técnica, el aire, se produce dentro de nuestro cuerpo: no podemos ver qué está pasando, qué está bien y qué está mal. Yo me considero muy afortunado, porque en superior he tenido un profesor al que no le importa en un momento dado "perder" el tiempo en asentar esas habilidades técnicas; y por ello se ha ganado muchas críticas de ciertos alumnos, lo que no deja de sorprenderme.

    En cuanto a la actividad extra académica del docente, mi experiencia también dice que es importante que esté en activo y dé conciertos. Alguien que está día a día en una orquesta, por ejemplo, resolviendo nuevos problemas interpretativos y técnicos dispone de más y mejores herramientas para enseñar, sin ninguna duda.

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  2. Estoy de acuerdo con lo expuesto tanto por Rafael Salinas como por Iñaki. Pero no hay que olvidar en nuestro pais nunca se ha resuelto la cuestion de la carrera profesional docente, no solo en música que por ser una formación no reglada todavia adolece mas de este problema, si no del docente en general, y es muy triste y desesperanzador para una persona normal no poder progresar en su carrera, demostrando el merito y la capacidad, la unica forma de progresion es salir y entrar cada vez que quieres cambiar de nivel, es decir empezar desde cero, algunos puede decir, bueno tambien es una forma de progresar, cierto, pero solo para los mas habiles e inteligentes, para los "mass media" no es la mejor manera de hacerlo y para los mas inteligentes es exigirles un sobre-esfuerzo, pienso que innecesario, como resolverlo, no soy profesional del tema, lo mio es la funcion publica pura y dura, pero creo que estableciendo que la formacion del profesional debe entenderse como un continuum, ya en el grado profesional de música se deberia empezar a formar al futuro docente, lo mismo pienso, aunque no vaya con el tema en cuestion, con la formacion de los tecnicos reparadores y luthiers de instrumentos, cuando me refiero a que deberia ser una formacion continua, tambien me refiero a que deberia ser horizontal, vertical y trasversal, de forma y manera que un docente podria en una fase ser concertista, en la siguiente docente y en la siguiente concertista-docente o viceversa, y todo esto mezclarlo con la investigacion y la gestion de instituciones, de forma que la formacion fuera siempre viva y "encrescadora", y pensado sobre esto,me he dado cuenta que uno de los grandes problemas que la carrera docente en este pais, es que esta muy ligada a la carrera funcionarial, digo que es un problema por que se aplican las mismas reglas y yo pienso que es un error, no quiero decir con esto que los docentes deberian de perder derechos, dios me libre, si no que deberia responder a sus necesidades y caracteristicas y no a las de la funcion publica cuyas herramientas y tareas son totalmente diferentes, pero posiblemente esto tambien pasa con otras profesiones en este pais, el error, es pensar que todo empleado publico es un funcionario y eso es un error.
    Bueno esta es mi humilde opinion, posiblemente este equivocado y no responda la cuestion planteada, pero reconozco, que si que me preocupa.

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  3. Muchas gracias por los comentarios.
    Lo cierto es que este tema resulta bastante complicado y puede llegar a ser polémico. Cada perfil de docente (o de persona que se dedica a la docencia) podría justificar ampliamente que su punto de vista es el correcto o, al menos, tan correcto como el que más. El que toca cada semana en una orquesta y /conoce/ el repertorio y los entresijos de su instrumento defenderá su postura , método y tipo de estudiante potencial. El que dejó de tocar hace tiempo pero se recicla con lecturas y cursos apostará por otra combinación y posiblemente defenderá una experiencia menos precisa y represiva con la música. El que no "ha hecho carrera" pero tiene habilidades comunicadoras defenderá que lo importante es esto último y no tanto la habilidad siempre a punto para poner un ejemplo en clase y "maravillar" o "convencer" de esta forma al alumno... En fin, que cada uno de los productos que forman esta combinatoria infinita podrá exponer y demostrar cómo su postura es la más aconsejable.
    Estoy totalmente de acuerdo con lo que dice Iñaki. Pero muy a menudo, la experiencia en una orquesta, como observas, y las herramientas que ofrece no son suficeintes para el óptimo ejercicio de la pedagogía. Intuición, experiencia, espíritu crítico (y autocrítico), de superación, de previsión... creatividad, imaginación, y un gran amor por los alumnos y por la profesión son más útiles y necesarios que la práctica concertística. Y además son habilidades o cualidades que también se adquieren, se cultivan, se desarrollan...
    Coincidimos en que sin la práctica interpretativa o, a otro nivel, sin tener un contacto "físico" con la música de forma habitual es muy difícil ser un buen pedagogo. Pero no olvidemos que a un profesor/a no le pagan por tocar bien, sino por que toquen bien sus alumnos. Y además, por que esos alumnos se formen como personas, como artistas y encuentren un sentido "esencial", ético y estético en la experiencia musical que están compartiendo (consigo mismos, con sus profesores, con su entorno).
    Alguien debería controlar que eso fuera así. El propio profesional, el centro, las instituciones educativas, la ANECA o Bolonia. Pero alguien debería abordar ese problema con rigor...
    También están los alumnos, quienes presentan intereses y características psicológicas diferentes, sintiéndose atraídos por uno u otro perfil de docente (auqnue es cierto que suele atraer más el que "más toca", igual que suele atraer el coche que más corre, la persona que más fama o dinero tiene o el/la artista con las medidas más exuberantes) y debatiéndose entre propagandas ajenas e inseguridades propias.
    Posiblemente todo esto ocurra porque lo que estamos valorando aquí no es la bondad o el defecto de un cátalogo de métodos pedagógicos, sino lo que se cuestiona de realidad es a la persona misma.
    Al relacionarnos a lo largo de nuestras vidas no hacemos sino participar constantemente de un proceso pedagógico: a veces como profesores (dando consejos, orientando o simplemente expresando nuestra opinión y credo) y a veces como alumnos. Nuestro método es nuestro ser. Nuestros principios, miedos, prejuicios, experiencias y creencias se combinan en esa lucha vital de la que debemos salir victoriosos salvando el pellejo del honor. No sólo vencer sino que además se sepa... La vanidad otra vez. O ese sentimiento de inseguridad que nos acompaña desde que nacemos y que criba nuestro desarrollo y nuestra relación con los demás.
    Por eso este es un tema irresoluble de antemano. Sobre el que podemos hablar y opinar rebatiéndonos o ratificándonos, pero que no deja de ser el reflejo de la desconcertante diversidad humana, sus temores y sus éxitos. Sólo alimenta la reflexión y el compartirla el hecho de que que en este proceso pedagógico hay proyectos de vidas, esperanzas e ilusiones entre manos. Y con eso no se debería jugar...

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